En pleno diciembre, bajo un sol agobiante, la Plaza de Mayo volvió a ser ese lugar donde el pasado, el presente y el futuro se abrazan en una misma causa: la lucha por la memoria, la verdad y la justicia. Allí, como cada año desde 1981, se realizó la Marcha de la Resistencia, la número 43. Y aunque muchas de las voces fundadoras ya no están, la consigna sigue intacta: “la única lucha que se pierde es la que se abandona”.

Esta vez, la convocatoria tuvo un tono más urgente, más desafiante. No solo por el contexto político adverso, con un Gobierno que coquetea con el negacionismo, sino también por las ausencias: las de muchas Madres y referentes que partieron durante el año. Pero aún con bastones, en sillas de ruedas o bajo el calor agobiante, las Madres siguen de pie. Y el pueblo con ellas.

 Memoria viva

Entre las primeras filas de la marcha estaba Taty Almeida, en su silla de ruedas, acompañada por Vera Jarach y Carmen Lareu. Avanzaban con la bandera de H.I.J.O.S. detrás. La Plaza estaba llena, también gracias a la jornada federal contra el hambre que organizaron las dos CTA. Una lucha se entrelazó con la otra: la defensa de los derechos humanos y la pelea contra el ajuste y el empobrecimiento.

Taty tomó el micrófono y, a su modo, dejó bien claro el mensaje:

“No hay que bajar los brazos. Tienen que hacer como las Madres hacemos y decimos desde hace 47 años: que la única lucha que se pierde es la que se abandona. Y lo decimos nosotras, las locas, que, a pesar de los bastones y las sillas de ruedas, seguimos de pie.”

En cada rincón de la Plaza se respiraba memoria. Fotos de los desaparecidos, banderas, pañuelos blancos, cánticos. El clásico “Como a los nazis les va a pasar…” volvió a sonar, como un mantra colectivo. Porque mientras haya un pueblo que recuerde, la memoria no se borra.

Mientras haya cuerpos que marchen, gargantas que canten y puños que se alcen, la historia no se repite, sino que se resignifica. La Marcha de la Resistencia número 43 fue una vez más una ceremonia popular de amor, de rabia y de compromiso con la democracia. Y aunque la edad, el dolor o las pérdidas pesan, la fuerza simbólica de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo sigue siendo un faro en tiempos oscuros.

Nuevas generaciones, la misma lucha
A lo largo de la jornada, se hizo visible una renovada presencia juvenil. Organizaciones estudiantiles, centros culturales, agrupaciones feministas y colectivos de diversidad sexual se sumaron a la columna con consignas propias, pero siempre en sintonía con la demanda histórica: nunca más. Muchos de ellos ni siquiera habían nacido durante la dictadura, pero entienden que la defensa de los derechos humanos es una tarea continua, que no se hereda: se elige.

En palabras de Lucas, un joven de 21 años que participaba por primera vez:
«Estoy acá porque no quiero un país que niegue su pasado, ni que condene a su pueblo a vivir sin memoria. Lo que hicieron las Madres fue heroico, y hoy somos nosotros los que tenemos que seguir caminando.»

La interpelación a la juventud no fue casual: en un contexto de avance de discursos negacionistas y revisionismos que intentan poner en duda los crímenes del terrorismo de Estado, el rol de las nuevas generaciones es clave. No solo para sostener la memoria, sino para reinventar las formas de lucha, con nuevos lenguajes, en nuevos territorios, y con el mismo corazón.

Un grito que incomoda al poder
El clima en la Plaza también estuvo marcado por la tensión política. Las críticas al gobierno nacional se hicieron escuchar en cada intervención, especialmente por el vaciamiento de políticas públicas vinculadas a la memoria, la cultura y la educación. La preocupación es compartida por organismos, sindicatos y referentes sociales: el retroceso en derechos se da en múltiples frentes, pero la batalla por la verdad histórica es una de las más urgentes.

Hubo menciones al cierre de espacios de memoria, a la paralización de causas judiciales por crímenes de lesa humanidad, y al desfinanciamiento de programas educativos sobre el terrorismo de Estado. También se repudió la criminalización de la protesta social y la creciente represión a los sectores populares.

«Negar el genocidio es una forma de continuarlo», leyó con firmeza una militante desde el escenario. Y ese fue el tono: una advertencia, pero también una promesa. Porque la resistencia no es solo una conmemoración: es una práctica diaria.

La Plaza como símbolo
Desde su origen, la Marcha de la Resistencia fue mucho más que una movilización. Fue el modo en que las Madres, acalladas por la dictadura, hicieron visible su reclamo. Caminar en círculo alrededor de la Pirámide era, entonces, una forma de decir: “nuestros hijos no están, pero los seguimos buscando”.

Hoy, ese ritual se resignifica. Ya no se trata solo de exigir justicia por los 30.000 desaparecidos, sino también de denunciar las nuevas formas de violencia y exclusión. La Plaza de Mayo, testigo de tantas historias, se transforma en escenario de lucha actual. Porque los derechos conquistados están siempre en disputa.

Semillas que germinan
Durante la jornada, hubo actividades culturales, talleres de memoria, música en vivo y lecturas colectivas. También se inauguró una instalación artística con 30.000 estrellas blancas, cada una con el nombre de un desaparecido. Los visitantes podían dejar mensajes, flores o simplemente sentarse en silencio.

Entre los presentes, se podía ver a nietos recuperados, hijos de desaparecidos, docentes, estudiantes, artistas, sobrevivientes, y también personas comunes que pasaban por la plaza y se quedaban, conmovidas por esa fuerza que no cesa.

Al atardecer, cuando el calor aflojó y el sol se fue escondiendo detrás de la Casa Rosada, las luces de los celulares se alzaron como velas modernas. Y un canto cerró la jornada, multiplicado por miles: “Madres de la Plaza, el pueblo las abraza”.

Un legado que no se rinde
La 43° Marcha de la Resistencia no fue solo una muestra de perseverancia. Fue una afirmación política: en tiempos de incertidumbre, cuando algunos sectores pretenden volver al pasado más oscuro, hay una memoria activa que no se resigna ni se calla.

La lucha de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo no es una reliquia del pasado: es una herramienta del presente. Y su legado, lejos de apagarse, sigue caminando con cada paso colectivo. Porque como ellas mismas dicen, la única lucha que se pierde es la que se abandona.

diciembre 6, 2024