Una de las transformaciones más profundas que el feminismo ha logrado en los últimos años es haber convertido el 8 de marzo —el Día Internacional de las Mujeres— en una jornada de lucha activa, desdeñando las formas de feminidad complaciente y el reduccionismo de los derechos como esencias inmutables. El feminismo se entiende hoy como una teoría política y un movimiento emancipatorio que convoca no solo con palabras, sino también con cuerpos. En este 2025, sin embargo, esa convocatoria adquiere una fuerza aún mayor: el 8M sucede en un marco de catástrofe —económica, política, ecológica y social— que demanda energía y acción más allá del símbolo.
El escenario nacional no queda ajeno a esa complejidad. La Argentina vive una crisis multifacética: la crisis económica continúa golpeando fuerte a los sectores más vulnerables; los procesos de memoria, verdad y justicia están siendo atacados desde el poder; y las políticas públicas para prevenir la violencia de género y promover la igualdad han sido sistemáticamente minadas. En ese contexto, el 8M no solo se trata de visibilizar desigualdades estructurales, sino también de articular una resistencia activa frente a un contexto que insiste en borrarnos.
Un 8M que no se rinde frente a la crisis
Este año, el 8 de marzo se enmarca en ese terreno movedizo, donde las condiciones de vida, el aumento de tarifas, la inflación —con precios que trepan hasta casi el 120 % anual— y el recorte de derechos dejan a las mujeres en desventaja. Pero son ellas —las mujeres, lesbianas, trans, travestis, no binaries y diversidades— las que reaccionan desde abajo, con fuerza y creatividad. El 8M en 2025 reafirma eso: el feminismo insiste, se organiza, se manifiesta, aún cuando el aire se hace cada vez más denso.
Un ejemplo: el impacto de la inflación en el precio del asado, donde el kilo ronda los 13 mil pesos; los topes de aumentos en servicios esenciales como electricidad, gas, y la dureza de la situación en zonas devastadas por incendios o sequía que dejan hogares destruidos. En todos esos contextos, ellas son quienes más sufren, las que mantienen los hogares, las que están en primera línea. Y es en esa cotidianeidad que el 8M se hace más urgente: porque las políticas públicas tienen que responder a una crisis que no se toma vacaciones.
“Poner el cuerpo y las palabras”: el feminismo como praxis
Una de las claves del feminismo contemporáneo, como señalaba Lila María Feldman, es la imbricación inseparable entre lo que se dice (las palabras) y lo que se hace (el cuerpo). El 8M no es una declaración teórica; es una reivindicación que atraviesa todos los espacios —la calle, el trabajo, la casa, lo digital— y que exige que cada uno de esos ámbitos sea reformulado ante la lógica patriarcal. Y en tiempos de catástrofe, esa praxis no es un lujo: es imprescindible.
En lo simbólico también: marchar hoy es negarnos a ser invisibilizadas, es reclamar la memoria colectiva mientras esa memoria peligra tras recortes a los espacios de derechos humanos, agendas de género neutralizadas o censuras contra artistas como Milo J. Marchar hoy es plantar bandera frente a un modelo económico que destruye derechos y una conceptualización del feminismo que quiere vaciarlo de su potencia para transformarse en mera asistencia social.
Catástrofe económica y desigualdad de género
Este 8 de marzo también debería ser memoria de cómo las mujeres padecen con crudeza los efectos de la inflación y la precarización laboral. Cuando el salario no alcanza para cubrir alquileres, medicamentos, transporte o cuidados, son quienes menos tienen en el sistema las que lo resienten primero. Las pensiones por invalidez recortadas, los subsidios al cuidado reducidos, el abandono de políticas públicas activas. En ese mapa de desamparo estatal, el feminismo se convierte en un sistema de contención solidaria y política, es resistencia colectiva.
Además, en un país donde muchos hogares dependen de las pensiones no contributivas, donde los incendios rurales expulsan a familias enteras, donde las políticas de memoria están siendo vaciadas, el 8M es una jornada de emergencia: el feminismo no pide permiso; se organiza para sobrevivir y para repensar el pueblo. Poner el cuerpo ese día es también defender el derecho a tener derechos.
El feminismo como proyecto y no como destino
Un concepto central que vuelve vigente hoy es que el feminismo no es un destino al que arribamos —como si fuera una forma de ser femenina natural— sino un proyecto político colectivo que se mantiene en movimiento. Cada 8 de marzo celebramos que ese proyecto sigue vivo, cuestionando los saberes patriarcales, reasignando valores y reformulando lo cotidiano.
Y en este 2025, en medio de cicatrices socioeconómicas profundas, marchar el 8M es mostrarse más que nunca como sujeto político: autodefinidas, autónomas, enfrentando la catástrofe con arte, con palabra, con cuerpo. Más de una vez, hemos dicho que el feminismo no negocia la igualdad. Hoy repetimos: en tiempos de catástrofe, el feminismo se hace más fuerte, porque nos hace fuertes a nosotras como nunca; porque no solo desafía, sino que propone.
