El 9 de abril de 2011 fallecía, a los 86 años, Sidney Lumet, uno de los cineastas más prolíficos, comprometidos y respetados del siglo XX. Director de más de 40 películas en una carrera que abarcó cinco décadas, su obra dejó una marca imborrable en la historia del cine estadounidense, caracterizada por un estilo directo, un agudo sentido ético y una mirada profundamente humana sobre los conflictos sociales, judiciales y políticos de su tiempo.

A catorce años de su muerte, el legado de Lumet permanece vivo en cinéfilos, críticos y nuevos realizadores que encuentran en su filmografía un ejemplo de cine comprometido, honesto y técnicamente impecable, capaz de emocionar sin artificios y de cuestionar sin panfletos.

Un debut que marcó la historia del cine

Sidney Lumet nació en Filadelfia en 1924, hijo de una familia judía inmigrante. Comenzó su carrera como actor en Broadway, pero rápidamente se inclinó por la dirección, primero en televisión y luego en el cine. Su debut en la pantalla grande fue «12 Angry Men» (Doce hombres en pugna) en 1957, una obra maestra rodada casi íntegramente en una sola habitación, que revolucionó la narrativa cinematográfica con su intensidad dramática y su tratamiento del sistema judicial.

La película, protagonizada por Henry Fonda, no solo fue un éxito rotundo, sino que marcó el tono ético y realista que caracterizaría toda la carrera de Lumet: una preocupación por la justicia, la responsabilidad individual y la fragilidad de las instituciones democráticas.

Una carrera tejida con obras inolvidables

Durante los años 60, Lumet dirigió filmes como The Pawnbroker (El prestamista), Fail-Safe (Punto límite), Long Day’s Journey into Night (Largo viaje hacia la noche) y The Hill (La colina), consolidando un estilo sobrio, con fuerte contenido emocional, y una habilidad singular para trabajar con actores. Fue considerado un “actor’s director”, es decir, un director que sabía obtener lo mejor de sus intérpretes.

Pero fue en los años 70 cuando Sidney Lumet alcanzó su pico creativo con una extraordinaria seguidilla de títulos clásicos:

  • Serpico (1973), con Al Pacino, basada en la historia real de un policía honesto que denunció la corrupción en el NYPD.

  • Murder on the Orient Express (1974), una lujosa adaptación de Agatha Christie con un elenco estelar.

  • Dog Day Afternoon (1975), otra vez con Pacino, en una historia verídica de un asalto bancario que se convierte en espectáculo mediático.

  • Network (1976), una sátira brutal de la televisión y el sensacionalismo, que anticipó muchas de las dinámicas mediáticas actuales.

  • Equus (1977), adaptación de la obra teatral de Peter Shaffer, sobre un joven que mutila caballos por razones místicas y sexuales.

  • The Wiz (1978), su versión musical afroamericana de “El Mago de Oz”, protagonizada por Diana Ross y Michael Jackson.

Su capacidad para moverse entre géneros —drama, thriller, sátira, teatro filmado, musical— sin perder profundidad ni rigor, lo convirtió en un director admirado por su versatilidad y coherencia ética.

El veredicto final: un cineasta de principios

En los años 80 y 90, Lumet siguió dirigiendo con consistencia. En The Verdict (1982), con Paul Newman, abordó nuevamente los dilemas morales en el ámbito judicial. Running on Empty (1988), protagonizada por River Phoenix, exploró las consecuencias emocionales del activismo político. Incluso cuando las modas del cine cambiaron, Lumet mantuvo su estilo sobrio, centrado en el contenido, el guion y la actuación.

En 2007, a los 83 años, sorprendió con su última obra, Before the Devil Knows You’re Dead (Antes que el diablo sepa que has muerto), una intensa tragedia familiar filmada con una vitalidad envidiable, que confirmó su vigencia artística y su sensibilidad para explorar la oscuridad del alma humana.

En 2005, la Academia de Hollywood le otorgó un merecido Oscar Honorario por su trayectoria, reconociendo su influencia y su contribución a la dignidad del cine.

Un cine sin efectismos, pero con verdad

A diferencia de otros grandes directores de su generación, Lumet no fue conocido por un estilo visual llamativo ni por una firma estética particular. Su arte residía en su capacidad para narrar con claridad, eficacia y profundidad emocional, sin excesos. Fue un cronista lúcido de la moral contemporánea, alguien que entendía el cine como una herramienta para pensar, sentir y actuar.

“Yo hago películas sobre gente que tiene que tomar decisiones difíciles”, solía decir. Y en efecto, su cine está poblado de personajes enfrentados a dilemas éticos, a sistemas corruptos o a sus propias contradicciones. En sus historias no hay héroes perfectos ni villanos caricaturescos: hay seres humanos complejos, como en la vida real.

Un legado más vigente que nunca

A 14 años de su fallecimiento, Sidney Lumet sigue siendo una referencia ineludible para cineastas que apuestan por el cine como arte de conciencia. Sus películas, muchas de ellas parte de planes de estudio en escuelas de cine y universidades, siguen generando debates sobre la justicia, los medios, el poder y la responsabilidad individual.

En un mundo saturado de efectos especiales y narrativas superficiales, la obra de Lumet recuerda que el cine también puede ser una herramienta para comprender el presente, cuestionar lo establecido y buscar, aunque sea en la oscuridad, una luz de verdad.

Sidney Lumet no necesitó fuegos artificiales para brillar. Solo necesitó una cámara, una gran historia y una pregunta incómoda. El tiempo se ha encargado de demostrar que eso —al final— es lo que más perdura.

abril 9, 2025