Se cumplen 16 años del fallecimiento de Raúl Ricardo Alfonsín, expresidente de la Nación, referente indiscutido de la democracia argentina y figura central en la reconstrucción institucional tras la última dictadura militar. Alfonsín murió el 31 de marzo de 2009 a los 82 años, en su departamento del barrio porteño de Recoleta, tras una larga lucha contra un cáncer de pulmón.
Su partida generó una conmoción nacional. Miles de personas colmaron la Plaza de Mayo para despedir al hombre que encarnó, como pocos, el espíritu democrático recuperado en 1983. Fue el primer funeral de Estado desde el retorno de la democracia y, por decisión unánime del Congreso, se lo declaró «Padre de la Democracia Moderna en la Argentina». Hoy, su legado sigue vigente en el debate público, en las instituciones republicanas y en la memoria colectiva de un país que aún busca consolidar los valores por los que él luchó.
De Chascomús al corazón político de la Argentina
Raúl Alfonsín nació el 12 de marzo de 1927 en Chascomús, provincia de Buenos Aires. Abogado, radical y profundamente comprometido con los derechos humanos, su carrera política se forjó desde el llano, con una convicción inquebrantable: la democracia no es solo un sistema de gobierno, sino una forma de vida que debe construirse todos los días.
Fue diputado en los años ’60 y, durante la dictadura, se convirtió en una voz crítica y solitaria en defensa de los desaparecidos y de la justicia. Fundó la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) y fue uno de los pocos dirigentes que denunció sistemáticamente los crímenes del terrorismo de Estado.
1983: la recuperación democrática
El 10 de diciembre de 1983, tras siete años de dictadura, Raúl Alfonsín asumió la presidencia de la Nación con el respaldo de más del 51% de los votos, encabezando la Unión Cívica Radical. Su campaña estuvo marcada por el histórico cierre en la avenida 9 de Julio, donde pronunció la célebre frase: “Con la democracia se come, se cura y se educa”.
Su gobierno tuvo como eje central la reconstrucción institucional, el juicio a las Juntas Militares, la consolidación del Estado de Derecho y la plena vigencia de los derechos humanos. Fue el primer país en América Latina que juzgó a sus dictadores en tribunales civiles, marcando un hito mundial.
El Juicio a las Juntas, que comenzó en 1985, fue un acto de enorme coraje político y jurídico. Las condenas a los responsables de la represión ilegal significaron un precedente para toda la región. A pesar de las presiones internas y externas, Alfonsín sostuvo la legalidad como principio rector.
Una presidencia desafiante
Su gestión no estuvo exenta de obstáculos. La hiperinflación, las tensiones militares —como los levantamientos carapintadas—, la deuda externa heredada y las limitaciones estructurales condicionaron su gobierno. Ante las amenazas de los sectores castrenses, promulgó las leyes de Punto Final (1986) y Obediencia Debida (1987), decisiones que fueron ampliamente criticadas, pero que en su momento buscaban preservar la gobernabilidad.
Finalmente, en julio de 1989, adelantó la entrega del mando a Carlos Menem, en un gesto inédito que evidenció su sentido de la responsabilidad institucional. Con ello, evitó un colapso institucional en medio de una profunda crisis económica.
Legado y reconocimiento
Tras dejar la presidencia, Alfonsín continuó siendo una figura central en la vida política argentina. Fue senador, presidió la UCR, promovió el diálogo entre partidos y defendió la necesidad de consensos amplios. En 1994, participó de la Convención Constituyente que reformó la Constitución Nacional. Aunque fue crítico del acuerdo entre su partido y el menemismo que habilitó la reelección presidencial, asumió el proceso como una necesidad institucional.
En 2008, debilitado por su enfermedad, recibió un emotivo homenaje en el Teatro Coliseo por parte de dirigentes de todo el arco político. Néstor Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner, Eduardo Duhalde, Julio Cobos y Elisa Carrió, entre otros, coincidieron en destacar su papel como constructor de la democracia argentina.
Al momento de su muerte, en 2009, fue velado en el Congreso de la Nación y sepultado en el Cementerio de la Recoleta con honores de Estado. Las imágenes de ciudadanos aplaudiendo su féretro, coreando su nombre y portando banderas argentinas recorrieron el país y el mundo.
Un nombre que sigue siendo faro
A 16 años de su fallecimiento, la figura de Raúl Alfonsín sigue siendo invocada en cada debate sobre el futuro institucional de la Argentina. Su defensa irrestricta de la democracia, su respeto por las instituciones, su ética pública y su compromiso con los derechos humanos lo colocan como uno de los grandes líderes de la historia argentina contemporánea.
El monumento en su honor en la Plaza Moreno de La Plata, la avenida que lleva su nombre en la Ciudad de Buenos Aires, las escuelas, calles y espacios públicos que lo recuerdan en todo el país son símbolos de un legado que trasciende la política partidaria. Pero más allá de los homenajes formales, su verdadera herencia está en el ejercicio cotidiano de la democracia.
Porque si algo dejó claro Alfonsín, es que la democracia no se hereda: se construye. Y esa tarea, inacabada y desafiante, sigue siendo un compromiso de cada argentino y argentina.