Se cumple hoy un nuevo aniversario del fallecimiento de Mario del Tránsito Cocomarola Tarragó Ros, más conocido como Tarragó Ros, el legendario músico correntino que cambió la historia del chamamé y lo llevó a escenarios populares de todo el país. Falleció el 15 de abril de 1986, a los 60 años, y dejó un legado inmenso como acordeonista, compositor y difusor del alma litoraleña.

Con su bandoneón o su acordeón, y con una estética sencilla pero profundamente emotiva, Tarragó Ros hizo del chamamé un puente entre el campo y la ciudad, entre el Litoral y Buenos Aires, entre la tradición y la renovación. A casi cuatro décadas de su partida, su música sigue viva en cada festival, en cada radio del interior, en las voces de su hijo y de los músicos que lo reconocen como maestro y referente.

Un hijo del Litoral

Tarragó Ros nació el 19 de junio de 1925 en Curuzú Cuatiá, provincia de Corrientes, en el corazón mismo del chamamé. Desde muy joven mostró inclinación por la música popular de su región, influido por los sonidos de la tierra roja, los esteros, el monte y las raíces guaraníes que impregnan el litoral argentino.

Comenzó a tocar el acordeón de oído y, con el tiempo, formó su propio conjunto. A partir de la década del 40, empezó a actuar en bailantas, peñas y radios locales. Su gran oportunidad llegó cuando se trasladó a Buenos Aires, donde se convirtió en una figura central de los programas radiales dedicados a la música folklórica.

Allí, en la capital, el chamamé encontró en Tarragó Ros a su mayor embajador, un hombre que supo defender y dignificar ese género frente a un público muchas veces ajeno a las tradiciones del nordeste.

El chamamé como lenguaje del alma

Tarragó Ros compuso más de 200 canciones, muchas de las cuales se transformaron en clásicos imperecederos. Obras como “María va”, “El toro”, “Don Gualberto”, “Estancia San Blas”, “La calandria” o “Camino del arenal” son parte del repertorio tradicional argentino y se escuchan en festivales de todo el país.

Con su particular estilo, que combinaba virtuosismo técnico con una profunda expresividad emocional, Ros creó una escuela dentro del chamamé, dándole una impronta alegre, bailable y cercana. Lo apodaron “El Rey del Chamamé” por su capacidad de convocar multitudes y conectar con las emociones más genuinas del pueblo.

En sus interpretaciones, el acordeón no era solo un instrumento: era una extensión de su voz interior, capaz de contar historias sin necesidad de palabras, de pintar paisajes litoraleños, de hacer bailar a una multitud o conmover hasta las lágrimas.

Una figura popular e influyente

A lo largo de su carrera, Tarragó Ros grabó más de 30 discos y recorrió el país entero con su conjunto. Fue ovacionado en el Festival de Cosquín, en los estudios de Radio El Mundo, en giras por pueblos pequeños y grandes ciudades. Su música cruzó fronteras, llegando también a Paraguay, Brasil y Uruguay.

Más allá de su talento, lo que hizo inmortal a Tarragó Ros fue su compromiso con su gente, con su tierra y su cultura. Siempre defendió al chamamé como una música profunda, legítima, identitaria. Para él, no era una moda ni una categoría estética: era una forma de vivir, de sentir, de recordar y de pertenecer.

Durante los años 70 y 80, en plena expansión de otros géneros folklóricos como la zamba o la chacarera, Ros mantuvo viva la llama del chamamé con autenticidad. En tiempos donde lo urbano parecía dominar la escena cultural, él volvió la mirada al Litoral y lo convirtió en protagonista.

Su legado y la continuidad

El 15 de abril de 1986, el país entero lloró su partida. Tarragó Ros falleció en Buenos Aires, dejando un vacío inmenso en el mundo del folklore. Pero también dejó un legado poderoso, que continuó a través de su hijo, Antonio Tarragó Ros, quien también se convirtió en un referente del chamamé, con un estilo más reflexivo, influencias urbanas y una visión integradora de la música popular.

A casi 40 años de su muerte, el nombre de Tarragó Ros sigue presente en peñas, bailantas, radios del interior, conservatorios y homenajes. Su figura ha sido reconocida con múltiples distinciones, y su obra ha sido reeditada, estudiada y reinterpretada por nuevas generaciones de músicos.

El chamamé, declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO en 2020, no se explica sin él. Su música sigue siendo vehículo de identidad, memoria y comunidad para millones de personas que, en cada acorde de acordeón, vuelven a escuchar el alma de un pueblo.

Una herencia de tierra adentro

Tarragó Ros no fue solo un músico: fue un hacedor de cultura popular, un cronista sonoro del Litoral, un hombre que puso su arte al servicio de su gente. Hoy, al recordarlo, no se lo despide, se lo celebra. Porque hay artistas que no se van nunca: viven en cada acorde, en cada danza, en cada corazón que late al ritmo del chamamé.

A 39 años de su muerte, Tarragó Ros sigue siendo el alma del Litoral, y su música, un idioma que atraviesa generaciones sin perder frescura ni verdad.

abril 15, 2025