Hay que decirlo sin vueltas: si alguien “invadió” Nordelta, no fueron los carpinchos. Fueron los countries, los alambrados y las calles asfaltadas donde antes había pastizales, lagunas y un humedal que respiraba a su propio ritmo. La historia de estos roedores gigantes declarados “plaga” en un barrio privado del Tigre es, en realidad, la historia de cómo la naturaleza choca contra el cemento… y de cómo se construye un relato que convierte a los verdaderos dueños del lugar en intrusos.

En Nordelta, los carpinchos están bajo la lupa desde hace años. Y cada tanto, los titulares se llenan con su supuesta “invasión”: arruinan jardines, asustan a mascotas y hasta provocan accidentes de tránsito. El problema —y también la ironía— es que este barrio nació sobre el hábitat natural de los carpinchos, en la desembocadura del río Paraná. El lugar se vendió como “vivir en contacto con la naturaleza”, pero parece que la naturaleza no estaba invitada a quedarse.

La nueva cruzada contra ellos incluye planes para esterilizar a los machos y trasladarlos a islas lejanas. Un operativo para “borrar” la identidad natural del lugar. Todo con el visto bueno de autoridades nacionales de Ambiente.

Fuera de Nordelta, el carpincho vive un momento de gloria pop. Videos virales en TikTok, memes, canciones, remeras, tazas y peluches. Desde Buenos Aires hasta Tokio, este roedor de mirada calma se transformó en objeto de culto. Pero la fama global trae un problema serio: la moda de tener un carpincho como mascota.

Y ahí empieza el verdadero peligro. Como explica Franco Perugino, del refugio Mundo Aparte, en Argentina no hay criaderos de carpinchos. Cada ejemplar que termina en un living fue arrancado de la naturaleza, muchas veces después de matar a su madre. El daño es doble: el animal pierde su entorno y su grupo, y el ecosistema pierde una pieza clave. “Todos los animales cumplen un rol. Cuando falta uno, se rompe el equilibrio”, advierte Perugino.

El tráfico de fauna silvestre es un negocio multimillonario. Según cifras oficiales, mueve entre 15.000 y 20.000 millones de dólares al año y es el cuarto comercio ilegal más grande del mundo, después de las drogas, la falsificación y el tráfico de personas. En Argentina, más de 100 especies de aves, 20 de reptiles y 15 de mamíferos están afectadas por esta red, y unas 20 ya están en categoría de amenaza.

La Ley 22.421 prohíbe la caza, tenencia y comercialización de fauna silvestre. Las penas van desde un mes hasta tres años de prisión y hasta 10 años de inhabilitación para cazar. Pero más allá de la letra fría, hay una idea simple: los animales silvestres no son mascotas. No importa cuán tiernos se vean en un video.

Lo contradictorio es que, mientras algunos vecinos de Nordelta buscan expulsarlos, miles de personas en redes sociales los veneran como símbolo de paz y resistencia. Entre esas dos miradas, los carpinchos siguen intentando sobrevivir en un mundo donde los humedales se achican y las ciudades avanzan.

Quizás la pregunta que lanzó The Guardian no estaba tan equivocada: ¿es esto un problema de fauna o una lucha de clases? Porque la naturaleza no reconoce escrituras ni perímetros cerrados. Y si un carpincho cruza una calle interna de un barrio privado, para él no está “invadiendo”, está caminando por su casa de siempre.

La convivencia entre humanos y carpinchos es posible, pero requiere más que marketing verde. Implica entender que el contacto con la naturaleza no es solo una foto linda desde la ventana: es respetar la vida que estaba ahí antes que nosotros.

Mientras tanto, estos gigantes mansos seguirán buscando su lugar en las orillas del Paraná, en los pastizales y lagunas donde siempre vivieron. Y, con un poco de suerte, lo seguirán haciendo sin que los quieran exterminar ni convertir en mascotas de moda. Porque un carpincho libre, chapoteando en su humedal, vale más que cualquier souvenir o meme viral.

julio 27, 2025