En la Colección Fortabat hay una sala que parece un universo paralelo. No es un museo en silencio, sino un espacio que late con hilos de colores, puntadas infinitas y retratos que se multiplican como espejos. Ahí, en esa trama, está la vida entera de Leo Chiachio y Daniel Giannone, la pareja de artistas que hace veinte años decidió bordar su historia –y la de muchos otros– con telas, agujas y un imaginario queer que hoy se celebra en la muestra Vivir sus vidas.

De la pintura al bordado

Ambos vienen de la pintura. Leo estudió en la Pueyrredón y en La Cárcova; Daniel en la Facultad de Artes de Córdoba y en talleres privados. En los 90, cada uno buscaba su lugar en la escena: Giannone en Córdoba, todavía bajo la sombra de los militares que seguían mandando incluso después de la dictadura; Chiachio en Buenos Aires, metido en el destape cultural con Batato Barea, Fito Páez y esa camada que marcó los años del regreso democrático.

Cuando se cruzaron en plena crisis del 2001, no eran dos jóvenes principiantes, sino artistas con experiencia y muchas ganas de hacer algo distinto. Fue amor a primera vista y, enseguida, también una alianza creativa. Lo curioso es que, aunque venían de la pintura, fue el bordado lo que los unió como dupla. Descubrieron que con hilos y telas podían decir más, podían construir una poética propia que escapaba a los moldes clásicos del arte argentino.

“Pinturas blandas”

De ahí nació la idea de las pinturas blandas. Lo suyo no es bordar siguiendo patrones, sino usar la aguja como si fuera un pincel: libre, intuitiva, impredecible. Cada puntada funciona como una pincelada que va inventando la obra sobre la marcha. Por eso ellos insisten en que siguen siendo pintores, aunque en lugar de óleo y lienzo usen hilos y retazos.

Ese modo de hacer, tan poco solemne y tan vital, les abrió camino en salones y museos. Incluso en 2012 ganaron una mención en el Salón Nacional de Pintura. Hoy sus obras forman parte de colecciones del Museo de Arte Moderno, el Caraffa de Córdoba, el Palais de Glace, el Museum of Latin American Art en Los Ángeles y hasta el Minneapolis Institute of Art.

Viajes que dejan huella

Vivir sus vidas está organizada como un recorrido geográfico: “Preludio criollo”, “Belleza y orientalismo”, “Romance guaraní”, “Sueño americano”, “Rincón Caribe”, “El viejo mundo”, “Ecos del Collasuyo” y hasta “La invención de los Comechiffones”. Cada sección funciona como un mapa afectivo. Porque donde viajan, trabajan. Y donde trabajan, algo del lugar queda bordado en sus obras.

Lo mismo pasa en Salta o Córdoba que en Shanghái o Los Ángeles. De hecho, en China, cuando esperaban seda y se encontraron con plástico, hicieron de las bolsas un soporte para sus dibujos. Y en Los Ángeles coordinaron, junto a miles de personas, la confección de una bandera del orgullo que terminó desfilando en la marcha LGBT. No hay material ni experiencia que no puedan transformar en obra.

Una familia queer

Gran parte de su producción son autorretratos, pero no convencionales. Se montan, se travisten, se disfrazan en sus obras. Pueden aparecer como santos, guerreros guaraníes, conquistadores o simplemente como una pareja gay sobre un nenúfar. Ese juego de identidades es también una manera de hacer drag con hilo y aguja.

Pero más allá de la estética, hay un gesto político claro. En un tiempo en el que ni el matrimonio igualitario ni la ley de identidad de género existían, ellos eligieron representarse como familia. No era ingenuo: querían poner en circulación imágenes de una vida gay amorosa y cotidiana. Y en esa familia siempre estuvieron sus perros, a los que retratan como hijos. Uno de ellos, Piolín, tuvo hasta una muestra-homenaje con más de cien obras realizadas por amigos.

Resistir con arte

En el centro de la muestra de la Fortabat hay una gran bandera del orgullo que parece un vitral gótico. No es casual: en un momento en el que los discursos de derecha avanzan y la comunidad LGBT vuelve a sentirse amenazada, esa bandera es un acto de resistencia. “Nosotros ayudamos a conquistar derechos y hoy trabajamos para que no se pierdan”, dicen.

Esa mezcla de intimidad y política atraviesa toda su obra. Sus bordados no son solo suyos: ahí están sus amigos, colegas, comunidades enteras con las que han bordado colectivamente. En 2017 hicieron un tapiz comunitario en Ruth Benzacar; en Centroamérica trabajaron con tejedores que representaron la vida de una familia gay con un hijo-perro; y en Los Ángeles cuatro mil personas cosieron con ellos la bandera.

Hilos que conectan mundos

La retrospectiva en la Fortabat muestra con claridad cómo su arte logró algo que parece simple pero es enorme: transformar la vida en obra y la obra en vida. En esas telas bordadas no solo está la pareja que se conoció en un departamento vacío en 2001, también están los amigos que los acompañaron, los lugares que visitaron, las luchas que dieron y las comunidades que ayudaron a visibilizar.

Por eso, más que una exposición, Vivir sus vidas es una declaración: que el arte puede ser íntimo y político al mismo tiempo, que el amor también se borda y que la memoria queer merece ocupar un lugar central en la cultura

diciembre 29, 2024