El cine argentino volvió a recibir una piña. Esta vez, no fue un recorte silencioso ni una promesa incumplida, sino un anuncio en voz alta y con tono aleccionador. El Gobierno de Javier Milei, a través del flamante Ministerio de Desregulación y Transformación del Estado que dirige Federico Sturzenegger, anunció que no habrá más subsidios para las películas “sin espectadores”. O lo que es lo mismo: si tu peli no llena salas, no esperes que el Estado te dé una mano.

La noticia llegó con un comunicado cargado de cifras, argumentos económicos y una línea discursiva que ya se está volviendo marca registrada: la de poner en la mira a los sectores culturales por usar “el dinero de los contribuyentes”. En este caso, el blanco es el INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales), y con él, toda la industria audiovisual que vive —o intenta vivir— del cine.

“Películas que no ve nadie”

El argumento central del Gobierno es que, en 2023, el INCAA financió más de 100 películas que tuvieron menos de 1.000 espectadores, y que 12 de ellas ni siquiera llegaron a las 100 entradas vendidas. “Una vendió cuatro entradas; otra, cinco”, dice el comunicado, sin aclarar cuáles fueron esas películas ni dar fuentes concretas. Pero el mensaje es claro: si nadie te va a ver, no merecés apoyo estatal.

En números duros, esas 100 películas representarían casi la mitad de las 236 que recibieron financiamiento ese año. A partir de eso, se decidió cambiar las reglas del juego: menos plata para menos proyectos y con más exigencias.

Nueva receta: autofinanciarse y competir

Con el Decreto 662/24, se impuso una batería de condiciones para que las producciones puedan aspirar a un subsidio:

  • Las películas deberán tener al menos el 50% del financiamiento asegurado por su cuenta.
  • Se fijará un tope máximo al subsidio que puede recibir cada producción.
  • Las productoras que hayan recibido apoyo no podrán volver a solicitar fondos por un año.
  • Y para completar, el gasto en “estructura y funcionamiento” del INCAA no podrá superar el 20% de sus ingresos.

Según el comunicado, el objetivo es “reordenar los gastos” y usar los recursos “de forma eficiente”. También prometen fomentar la escuela de cine y detectar nuevos talentos, aunque no explican cómo se hará eso si se achica el apoyo económico al sector.

 Un recorte que se venía venir

Esta nueva normativa no es un hecho aislado. Viene a completar un paquete de medidas que ya había encendido las alarmas en la comunidad audiovisual. Días atrás, el Gobierno eliminó la cuota de pantalla obligatoria para cine nacional, lo que habilita a las grandes cadenas a dejar afuera casi por completo a las producciones locales.

Ahora, con este decreto, se restringe también la posibilidad de hacer cine independiente, ese que muchas veces no tiene como meta la taquilla, pero sí dejar una marca artística, contar historias propias o llegar a festivales internacionales donde el cine argentino suele brillar.

 Reacciones en el mundo del cine

Aunque el comunicado del Gobierno intenta presentar la medida como un acto de “eficiencia fiscal”, desde el mundo del cine la lectura es otra: una nueva embestida contra la cultura.

Cineastas, actores, productores y técnicos vienen denunciando un vaciamiento progresivo del INCAA y una lógica que mide el valor del cine solo por su rendimiento comercial. Como si todo el cine tuviera que ser una fábrica de pochoclo. Como si una película que no vende tickets automáticamente careciera de valor.

En las redes sociales y en declaraciones públicas, ya hay una ola de rechazo. Porque esta nueva reglamentación ahorca especialmente a los proyectos chicos, de autor, regionales o experimentales. Esos que necesitan el empujón del Estado porque las reglas del mercado, simplemente, no los contemplan.

¿Quién decide qué vale la pena?

Lo más inquietante de la nueva medida no es solo la cuestión económica, sino el criterio subjetivo que parece instalarse: ¿qué es una “película que vale la pena”? ¿Cuántos espectadores necesita una historia para merecer existir? ¿Quién define qué es “cultura” y qué es “desperdicio de recursos”?

Reducir el cine a un Excel con filas de “entradas vendidas” es desconocer su dimensión simbólica, educativa y social. Es olvidar que muchas películas que hoy son obras de culto fueron ignoradas en su momento, o que los festivales del mundo suelen premiar cine valiente, no necesariamente taquillero.

Final abierto

El comunicado termina con una frase que suena bien en papel: “Promover la escuela de cine, la búsqueda de talentos y una producción audiovisual competitiva”. Pero el camino que se está tomando parece ir en la dirección contraria.

En nombre de la “eficiencia”, el Gobierno está aplicando un modelo de exclusión en el que solo podrán hacer cine los que tengan medios, contactos o espaldas económicas para bancarse el 50% de la película. Y el resto, a mirar desde afuera. O a esperar que alguien los financie… pero ya no será el Estado.

Por ahora, el cine argentino sigue rodando, a pesar de los golpes. Pero cada corte de presupuesto, cada nuevo requisito y cada decreto restrictivo hacen más difícil que nuevas voces puedan contar sus historias. Porque el problema no es solo que el Gobierno quiera cortar subsidios. El problema es que parece querer cortar también el alma de una cultura.

agosto 3, 2024