Detrás de esta serie está Scott Frank, el mismo que hizo Gambito de dama, y eso ya dice bastante. Acá se mete de lleno en el universo del escritor danés Jussi Adler-Olsen, adaptando su exitosa saga de novelas negras. Pero no esperes un policial clásico: Dept. Q arranca con una piña directa al pecho y no para.
Todo empieza con una escena fuerte: un llamado de auxilio lleva al detective Carl Morck y a su compañero Hardy a una casa donde encuentran un cadáver con un cuchillo en la cabeza. Algo no cierra. Cuando empiezan a revisar el lugar… aparece alguien enmascarado, se escucha un disparo y todo se corta. Resultado: Hardy queda paralizado, Morck fuera de combate por meses y el caso, encajonado.
Y ahí arranca todo de verdad. A Morck no lo quieren mucho en la comisaría. Lo ven como un tipo conflictivo, complicado, de esos que no encajan. Para sacárselo de encima (y tapar el caso que quedó sin resolver), le dan un nuevo puesto: liderar un flamante “Departamento Q” para casos no resueltos, escondido en el sótano del edificio, rodeado de duchas oxidadas y mingitorios rotos. Un castigo disfrazado de ascenso.
Carl Morck, el alma de la serie, es interpretado por Matthew Goode. Sí, el mismo de Downton Abbey, The Crown y Match Point. Pero olvídate del inglés impecable y seductor. Acá está barbudo, desalineado, con cara de pocos amigos, más cerca del Gary Oldman de Slow Horses que de un caballero. Es un tipo lleno de bronca, con problemas familiares, mal llevado con sus compañeros y una tensión constante con la psicóloga que le asignan (Rachel Irving, interpretada por Kelly Macdonald).
Lo que hace genial a Dept. Q es que no se queda en el “caso de la semana”. No. La serie pone el foco en lo que quedó atrás, en lo que no se pudo cerrar, en cómo el pasado marca el presente. Y en ese camino aparece Merritt Lingard (Chloe Pirrie), una joven fiscal obsesiva con un nuevo caso: un hombre acusado de matar a su esposa empujándola por una escalera. Ella también tiene su carga emocional, vive sola con su hermano discapacitado y empieza a recibir amenazas. Su historia se cruza con la de Morck, y ese nuevo misterio es el que activa todo lo que vendrá.
La ambientación es oscura, tensa, con ese estilo nórdico que tan bien hace al género, aunque acá todo transcurre en Escocia. Hay ironía, diálogos afilados y una tensión constante que nunca se relaja. Frank dirige con mucha precisión, construyendo climas que te atrapan y jugando con el suspenso al estilo Hitchcock.
El elenco acompaña muy bien: además de Macdonald y Pirrie, está Kate Dickie como la jefa de Morck, un personaje tan ambicioso como insoportable; Alexej Manvelov, que interpreta a un ex policía sirio ahora especialista en informática; y Leah Byrne como Rose, una joven que se une al equipo y le da un poco de frescura al grupo de “rechazados” del sistema. El detective Hardy, aunque postrado, sigue siendo una especie de conciencia para Morck, con quien mantiene una relación compleja pero cercana.
Y sí, la serie tiene ese ADN de Slow Horses o de los policiales británicos que muestran el lado fallado del sistema: comisarías con jefes que se tapan entre ellos, policías relegados que terminan siendo los que descubren lo que nadie quiere ver.
Morck es un personaje que va creciendo episodio a episodio. Goode contó que fue liberador interpretarlo, que le permitió mostrar una faceta distinta y que hasta se le pegó un poco el mal humor del personaje. “Hay algo de dolor amable en él”, dijo, y eso resume bastante bien lo que transmite en pantalla.
En resumen: Dept. Q es una serie intensa, con una mirada distinta sobre el policial. No se trata solo de resolver crímenes, sino de entender cómo los traumas, la culpa y la memoria siguen latiendo bajo la superficie. Y todo con una estética cuidada, una historia atrapante y personajes complejos que te enganchan desde el primer episodio.