La educación ambiental es una de esas cosas que, aunque no siempre se ven, son clave para cambiar el mundo. Se trata de enseñar, aprender y tomar conciencia sobre cómo nuestras acciones impactan en el planeta. En otras palabras, entender que no hay “afuera”: todo lo que tiramos, consumimos o contaminamos, vuelve.
Todo esto arrancó oficialmente en 1972, cuando en la Conferencia de Estocolmo —organizada por la ONU— se declaró a la educación ambiental como una prioridad global. De ahí surgieron acuerdos como la Carta de Belgrado, que marcó objetivos y principios para enseñar sobre el ambiente. Desde entonces, cada 26 de enero se conmemora el Día Mundial de la Educación Ambiental, con la idea de que todos y todas podamos entender mejor los problemas ecológicos y qué hacer para reducir nuestra famosa huella de carbono.
Y hablando de leyes, en 2021 se aprobó en Argentina la Ley N.º 27.621 de Educación Ambiental Integral, que busca que haya una estrategia nacional a largo plazo para incorporar esta mirada en todos los niveles educativos. La meta es que cada vez más personas tengan herramientas para tomar decisiones pensando en el ambiente y el uso sostenible de los recursos.
La Ciudad de Buenos Aires, por su parte, ya viene trabajando en esto desde hace tiempo. Desde 2005 tiene su Ley N.º 1.687 de Educación Ambiental, que incluye esta formación en espacios formales (como las escuelas), no formales (como talleres y charlas) e informales (como campañas o acciones comunitarias). Además, en 2021 se sumó la Ley N.º 27.592, conocida como Ley Yolanda, que obliga a que todos los que trabajan en la función pública reciban capacitación ambiental, con especial foco en cambio climático y desarrollo sostenible.
Pero esto no queda solo en los libros o las aulas: también se lleva a la práctica en los ministerios. Desde 2016, el Ministerio de Educación viene desarrollando el programa “Ministerio Sustentable”, que incluye charlas, talleres y acciones concretas para cuidar el ambiente desde el lugar de trabajo.
Algunas de las actividades que ya son parte del día a día ahí incluyen la separación de residuos, talleres de compostaje, diseño de espacios verdes, agricultura urbana, energías limpias y temas vinculados al cambio climático. También se dictan capacitaciones sobre la Ley Yolanda a empleados y empleadas del Ministerio, incluyendo al personal auxiliar y de limpieza, con el apoyo del Instituto Superior de la Carrera, que es el encargado de formar al personal del Gobierno de la Ciudad.
Uno de los logros más concretos del último tiempo fue en 2023, con una iniciativa que puede parecer pequeña pero que tuvo un gran impacto: sacaron los plásticos de un solo uso de las máquinas de café. Gracias a esta medida, se lograron reducir unos 70 kilos de plástico al mes. El cambio también motivó a muchas personas del Ministerio a llevar sus propios vasos y tazas reutilizables. Pequeños cambios de hábito que, sumados, hacen una gran diferencia.
En resumen, la educación ambiental no es solo una materia más: es una herramienta poderosa para construir un futuro más justo, sano y equilibrado. Ayuda a entender cómo cuidar nuestra casa común —el planeta— y cómo convivir mejor con todas las especies que lo habitan.
Por eso, en este Día Mundial de la Educación Ambiental, se reconoce a todas las personas que, desde su trabajo cotidiano, están comprometidas con esta causa. Desde una maestra que enseña a separar residuos hasta un empleado que promueve el uso de menos plástico, todos forman parte de un cambio necesario.
Y como bien dice el cierre del mensaje del Ministerio, reafirmamos la importancia de seguir apostando a la educación ambiental como motor de un cambio cultural urgente, profundo y transformador. Porque el planeta lo necesita. Y nosotros también.
