En la tarde de hoy murió Javier Martínez, el baterista y cantante del legendario grupo Manal. Tenía 78 años. El músico estaba internado por diferentes afecciones y en los últimos días había sido trasladado al Instituto Médico de Alta Complejidad (IMAC) porque su cuadro se había agravado.
A finales de la década pasada, durante una entrevista con la revista Rolling Stone, Javier Martínez decía que su familia había sido responsable de sus primeros contactos con el ritmo: “Fue una gran influencia para mí. Mi viejo, Ovidio, nació en Uruguay y siempre que venía mi tío Lumen de Montevideo, se reunían y mientras preparaban la brasa para el asado, calentaban la lonja, los tamboriles, y tocaban candombe uruguayo, que es una música africana. Recuerdo que yo tenía 5 o 6 años y me daban un tamboril grande para que hiciera la base. Ahí aprendí intuitivamente el concepto de polirritmia africana. Después vi a Gene Krupa en una película y quise aprender a tocar batería”, contaba en aquella charla con Bruno Larocca. Del mismo modo que su padre y su tío sembraron una semilla musical en su vida, Javier lo hizo en muchos grupos argentinos gracias a la banda que a finales de la década del sesenta creó con el guitarrista Claudio Gabis y el bajista Alejandro Medina.
Su primer tambor fue un banquito de la mesa de la cocina. Los primeros palillos fueron unas maderas de revistero, que luego de tocar, debía volver a dejar en su lugar, en perfecto estado. Tuvieron que pasar algunos años para que pudiera acceder a una batería CAF, de industria nacional. Más años pasaron para que Martínez, además de baterista y cantor, se convirtiera en un gran polemizador. Ha sostenido a lo largo de su vida posturas muy férreas para defender ideas, sobre todo en el terreno musical, porque en el social siempre se consideró un joven rockero más afecto al pacifismo y a la rebeldía cultural que a los “ismos” de la política.
Como baterista, y a pesar de que podría ser ubicado en la vereda de enfrente de los que que tocan “fuerte”, habrá que decir que Javier Martínez tocaba fuerte. No pensando en fuerza como una cuestión de volumen sino por el swing que conseguía en la contundencia del golpe. A finales de los sesenta, tomó distancia de la música beat y del rock -de golpe acentuado en el tambor principal- y se volcó especialmente a la influencia de su pasión por el jazz. Eso fue lo que aplicó a una forma de blues hecho desde Buenos Aires. Y hubo algo que traccionó definitivamente esa manera de tocar la batería, con un gran equilibrio de sutileza y contundencia: su manera de cantar. Forzó sus cuerdas vocales hacía la enunciación vocal de los cantantes afroamericanos de blues. Las frases breves, de notas cortas, alternadas con sonidos más largos “bluseados”. Ese era el estilo. Hay temas memorables de Manal, como “Avenida Rivadavia” o “Jugo de tomate” y “Una casa con diez pinos”, pero quizás sea “Avellaneda blues” la canción que se convirtió (de modo más discreto) en la más perfecta síntesis del estilo de Manal, y del estilo Martínez, como cantante, compositor y baterista.
El considerado como uno de los padres del blues argentino, había nacido en el barrio porteño de Coghlan, el 18 de marzo de 1946. Dos décadas después, cuando la música era una pasión bien definida en su vida, comenzó a tocar en bandas como Los Secuaces y, más tarde, Los Beatniks, junto con Moris. Era habitué del mítico bar La Cueva, que terminó siendo el epicentro de la fundación del rock argentino, y del Instituto Di Tella, donde se cruzó con otros músicos como Claudio Gabis, con quien comenzó a darle forma a un proyecto blusero. Para 1968, guitarrista y baterista tenían más o menos claro hacia adonde querían ir pero les llevó un par de años convertirlo en sonido. Después de probar con un par de músicos, terminaron de darle forma al proyecto que llamaron Manal, junto al bajista Alejandro Medina.
Fue mucho lo que lograron en poco tiempo. Porque el grupo duró apenas un par de años y publicó dos álbumes, Manal (lanzado por Mandioca en 1970) y El león (publicado por RCA al año siguiente). El grupo se disolvió en 1971. Diez años después, tuvo un reencuentro fugaz, que quedó reflejado en el álbum de 1981 llamado, simplemente, Reunión, con temas inéditos. Hubo otras reuniones posteriores (incluso una, de mediados de la década del noventa, pero sin Claudio Gabis) y varias grabaciones en vivo que circularon con y sin autorización de los integrantes de la banda. El encuentro más reciente fue en 2014 y terminó plasmado en un CD y DVD que se conoce como Vivo en Red House.
Manal no era un faro sino una brújula.