Dentro del entramado urbano de Parque Patricios existe un sector que rompe con la lógica habitual del barrio. No se trata solo de una diferencia estética, sino de un espacio con una identidad propia, surgida a partir de una necesidad social concreta de comienzos del siglo XX. Ese lugar es conocido como La Colonia, un microbarrio obrero que, más de cien años después de su creación, conserva una fisonomía singular y una historia profundamente ligada a las políticas públicas de vivienda.

Parque Patricios suele asociarse con los hospitales públicos, las amplias avenidas del sur de la Ciudad de Buenos Aires, el Club Atlético Huracán y figuras populares del deporte como Ringo Bonavena. En tiempos más recientes, el barrio sumó una nueva impronta con la instalación del Distrito Tecnológico, que transformó parte de su paisaje urbano y atrajo empresas y trabajadores del sector informático. Sin embargo, en medio de estas transformaciones, La Colonia permanece casi intacta, como si el tiempo hubiese pasado a otro ritmo.

El contraste se percibe apenas se ingresa al área. Las calles se estrechan, el tránsito disminuye notablemente y el ruido característico de las avenidas cercanas parece disiparse. No hay torres de departamentos ni locales comerciales en las esquinas. Todo el entorno transmite una sensación de calma poco habitual en la ciudad, reforzada por la escala baja de las construcciones y la disposición interna del barrio.

El nacimiento de La Colonia no fue producto del azar ni de una iniciativa inmobiliaria privada. Su origen está directamente vinculado con un contexto histórico específico: una Buenos Aires que crecía de manera acelerada, impulsada por la inmigración y la expansión industrial, pero que enfrentaba una grave crisis habitacional. A comienzos del siglo XX, miles de trabajadores vivían hacinados en conventillos, en condiciones precarias de higiene y salubridad. Frente a esta situación, el Estado comenzó a intervenir de forma más activa.

En 1905 se sancionó la Ley 4824, que estableció un fondo nacional destinado a la construcción de viviendas para obreros. Gracias a esta herramienta legal, la Municipalidad de Buenos Aires pudo adquirir terrenos privados y destinarlos a la creación de barrios específicamente pensados para trabajadores. De este proceso surgió el Barrio Municipal Parque Patricios, que con el tiempo sería conocido popularmente como La Colonia.

El proyecto se desarrolló sobre terrenos que habían pertenecido al Jockey Club, ubicados al sur del parque que da nombre al barrio. A diferencia de otros emprendimientos urbanos de la época, La Colonia fue concebida como un conjunto compacto, claramente delimitado y fácil de recorrer. Su trazado adopta una forma de rombo y puede atravesarse en pocos minutos a pie.

En total, se levantaron 116 viviendas, distribuidas en ocho pequeñas manzanas internas. Estas manzanas están atravesadas por pasajes muy cortos que refuerzan la sensación de intimidad y separación del resto del barrio. Todas las casas fueron orientadas hacia el interior del conjunto, con una plaza central que cumple un rol fundamental como espacio de encuentro, recreación y pulmón verde.

El diseño urbano respondió a una idea clara: promover la vida comunitaria y ofrecer un entorno saludable para las familias obreras. Las calles internas —Mocoretá, Gena y Guyquiraró— no superan los 50 metros de extensión y funcionan casi como pasillos residenciales, protegidos del tránsito pesado y del movimiento constante de la ciudad.

Las viviendas representaron una innovación para la época. A diferencia de muchas soluciones habitacionales destinadas a trabajadores, estas casas se construyeron sobre lotes propios. Existían unidades de dos, tres y cuatro ambientes, con superficies que iban desde los 52 hasta los 140 metros cuadrados. Varias contaban con patios traseros y algunas incluso con pequeños jardines al frente, algo poco habitual en la vivienda obrera de principios del siglo XX.

En cuanto a la arquitectura, las fachadas adoptaron un estilo italianizante sobrio, cercano al de las tradicionales casas chorizo, pero sin grandes adornos ni elementos ostentosos. En las esquinas predominaban las construcciones de una sola planta, mientras que en el centro de las manzanas se encontraban viviendas de dos pisos, lo que aportaba variedad sin romper la armonía del conjunto.

La Colonia no se pensó únicamente como un lugar para vivir. Desde sus primeros años incorporó servicios sociales y comunitarios que buscaban mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Hubo comedor maternal, escuela de labores, dispensario para lactantes y distintos espacios de uso común. Con el tiempo, también surgieron clubes barriales y una biblioteca, que reforzaron el sentido de pertenencia entre los vecinos.

Otro aspecto distintivo fue su sistema de administración. Las viviendas se alquilaban exclusivamente a obreros con familia, y el acceso no era automático. Se evaluaban antecedentes y conducta, bajo el criterio de garantizar lo que en ese momento se consideraba una “vivienda sana y económica”. Durante décadas, la gestión estuvo en manos de las Damas de Caridad de San Vicente de Paul, quienes administraban los alquileres y destinaban esos fondos al mantenimiento y a mejoras del barrio.

Recién en 1954 se produjo un cambio significativo: las casas comenzaron a venderse a sus ocupantes mediante planes de pago en cuotas a largo plazo. De este modo, muchas familias lograron convertirse en propietarias, consolidando aún más el carácter estable y comunitario de La Colonia.

Hoy, más de un siglo después de su fundación, este microbarrio obrero sigue siendo un ejemplo singular de planificación urbana y política social, oculto a simple vista dentro de Parque Patricios, pero cargado de historia y memoria colectiva.

diciembre 30, 2025