La destacada gimnasta olímpica Simone Biles se encuentra de visita en Argentina. Su presencia, más allá del ámbito deportivo, invita a reflexionar sobre temas urgentes como la violencia de género, los abusos sexuales y la cultura del silencio que aún persiste en muchas sociedades. Ser mujer, hoy, sigue implicando un riesgo real. Y, si se llega a ser víctima de una violación, las probabilidades de que se denuncie el hecho siguen siendo bajas, por miedo a ser juzgada más severamente que el propio agresor.
Este panorama nos lleva a un debate más profundo: el espacio ético de la curación frente a una cultura que muchas veces prioriza la sospecha, desacredita a las víctimas y las obliga al silencio. En ese contexto, no basta con hablar de consentimiento sexual. Lo que plantea el movimiento #MeToo va más allá: exige que las relaciones sexuales sean comprendidas dentro de un marco que reconozca las desigualdades estructurales de género, clase y raza, que son las que hacen posible —y perpetúan— el abuso.
Simone Biles es un caso emblemático. No sólo es una de las atletas más condecoradas de todos los tiempos —con 11 medallas olímpicas y 23 títulos mundiales— sino también una figura clave en la denuncia de abusos dentro del deporte. Durante los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, abandonó varias competencias por razones de salud mental, argumentando padecer los llamados twisties, una desconexión entre mente y cuerpo que puede ser peligrosa para una gimnasta. Lo que se supo después fue aún más revelador: Biles estaba atravesando un proceso emocional muy profundo, relacionado con los abusos sexuales que había sufrido en su infancia por parte de Larry Nassar, médico de la selección estadounidense de gimnasia.
Su testimonio contribuyó a visibilizar un escándalo que afectó a cientos de gimnastas. Pero además, Biles fue más allá: demandó al FBI por mil millones de dólares por no haber actuado de forma adecuada tras las primeras denuncias, lo que permitió que Nassar siguiera cometiendo abusos durante al menos un año más. “Es hora de que el FBI asuma su responsabilidad”, declaró.
Ante esta valiente postura, no tardaron en llegar las críticas. La congresista ultraconservadora Lauren Boebert desestimó la demanda de Biles, calificándola de “absurda” y acusándola de usar su fama internacional para atacar a las fuerzas de seguridad del país desde una supuesta perspectiva racial. No sorprende esta reacción. La ultraderecha suele negar o relativizar la violencia de género, poniendo el foco en la víctima y exigiéndole pruebas casi imposibles, mientras protege o justifica al agresor. La misoginia no es un error circunstancial en este sector político, sino una pieza clave de su ideología: para sostener estructuras autoritarias, es necesario mantener la desigualdad entre géneros y perpetuar la idea de que la mujer es naturalmente inferior.
Durante su estadía en Argentina, Biles fue recibida oficialmente por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Jorge Macri le entregó un diploma de honor por su trayectoria deportiva y su compromiso con la salud mental. Sin embargo, se omitió —probablemente no por casualidad— cualquier mención a su lucha por los derechos de las mujeres y contra los abusos sexuales en el deporte. Cabe preguntarse qué pensaría la gimnasta si conociera con detalle las posturas del gobierno porteño respecto a estos temas.
La igualdad de género por la que tantas mujeres luchan —incluida Biles— no se trata sólo de abrir espacios de participación, sino de transformar profundamente las relaciones humanas. Implica desarmar los estereotipos, repensar los roles impuestos y construir vínculos más justos, libres de dominación. La igualdad no es homogeneidad, sino respeto por las diferencias. En ese camino, todavía persisten sectores que se resisten a perder sus privilegios y siguen aferrados a un modelo patriarcal, donde el poder se sostiene sobre el cuerpo y el silencio de las mujeres.
Mientras tanto, Simone Biles sigue alzando su voz, demostrando que la lucha por la justicia no se detiene en los márgenes de una cancha o un podio. Su ejemplo nos recuerda que, más allá de los logros deportivos, hay causas que merecen ser defendidas con la misma fuerza.