No hacía falta ser biólogo para entender lo que significaba ese yaguareté para Formosa. De los cinco que quedaban en la provincia, uno menos. Y no fue por enfermedad, atropello o vejez: lo mataron y lo cuerearon. Así, sin anestesia, como si la vida silvestre fuera un trofeo para colgar en la pared.
La noticia se esparció rápido: un macho de gran porte, registrado por cámaras trampa en febrero, había caído víctima de cazadores furtivos en la zona norte de Estanislao del Campo. En un país donde quedan menos de 250 yaguaretés en total, y apenas una veintena en toda la región chaqueña, la pérdida es un golpe directo a la biodiversidad.
La reacción no tardó. Agrupaciones ambientalistas y proteccionistas de animales expresaron su indignación. El Gobierno provincial informó que los presuntos responsables fueron detenidos y que ya están a disposición de la justicia formoseña. La jueza Gabriela Soledad Plazas, a cargo del Juzgado de Instrucción y Correccional de Las Lomitas, aseguró que las imágenes del animal muerto fueron clave para atrapar a los involucrados.
La investigación no fue improvisada. Participaron la Unidad Especial de Asuntos Rurales, la Unidad Ejecutora de Proyectos Especiales, la comisaría de Ibarreta y personal del Ministerio de Producción y Ambiente. El objetivo ahora es que el caso no termine en la lista de crímenes ambientales impunes. “No vamos a permitir que la muerte de un animal tan importante quede sin sanción”, dijo la jueza, invitando a organizaciones de conservación a sumarse como querellantes.
La importancia del yaguareté va mucho más allá de su majestuosidad. Es el felino más grande de América y el tercero en el mundo después del león y el tigre. En Formosa, está protegido por la Ley 1673 como Monumento Natural Provincial, y en todo el país por la Ley 25463 como Monumento Natural Nacional. No es un título simbólico: significa que su caza está prohibida y penada por ley.
Pero en la práctica, las leyes no siempre frenan a quienes ven en el animal un trofeo o una fuente de piel y carne. El problema no es solo la caza: la especie enfrenta la pérdida de hábitat, la fragmentación de sus territorios y el peligro constante de ser atropellada en rutas.
Su rol en el ecosistema es vital: como depredador tope, regula las poblaciones de otros vertebrados, evitando el descontrol de especies herbívoras que podrían arrasar la vegetación. Su presencia es, literalmente, un termómetro de la salud ambiental. Cada yaguareté que desaparece es un paso más hacia el colapso de ese equilibrio.
En la Argentina, el panorama es alarmante. Menos de 250 ejemplares viven en libertad y, de ellos, solo 20 sobreviven en la región chaqueña, repartidos entre Chaco, Formosa, Salta y Santiago del Estero. La muerte de uno no es una estadística más: es el 5% de toda la población provincial.
El macho asesinado este año era uno de los dos que las cámaras habían registrado en 2024. Verlo con vida había sido motivo de esperanza para los especialistas. Hoy, su ausencia es símbolo de todo lo que falta hacer para que estos animales no desaparezcan por completo.
La detención de los presuntos responsables es una buena noticia, pero el verdadero desafío está en lo que viene: que reciban una condena ejemplar, que sirva para frenar a otros cazadores furtivos y que se refuercen los controles en zonas críticas. Porque si algo queda claro, es que no hay margen para perder ni un solo yaguareté más.
La selva chaqueña, silenciosa, perdió a uno de sus guardianes. Y a nosotros, los humanos, nos toca decidir si vamos a seguir siendo parte del problema… o, de una vez por todas, de la solución.
