En un gesto cargado de simbolismo, la vicepresidenta Victoria Villarruel hizo su aparición en el tradicional Festival Nacional de Doma y Folklore de Jesús María. Lejos del protagonismo que desplegó el año pasado, la funcionaria optó por una presencia sosegada, sin declaraciones de peso y cuidando cada movimiento en una provincia que la esperaba con cautela y reserva, más allá del cariño popular.


Durante varios días, Villa Independencia, en Villa Allende, se convirtió en el refugio silencioso de la vicepresidenta. Aislada en casa de una familia amiga, Villarruel transitó la previa del festival con prudencia, evitando contactos políticos y evitando cualquier expresión de tensión con el presidente Milei, con quien mantiene una relación cada vez más tensa.

La noche del viernes fue su gran reaparición: alrededor de las 20, ingresó al predio del anfiteatro José Hernández acompañada por la vicegobernadora Myrian Prunotto y el intendente de Jesús María, Federico Zárate. Vestida con una bombacha gaucha marrón y sombrero, recorrió el lugar con gestos mesurados, aceptó empanadas y asado de la anfitriona provincial, y recibió el poncho tradicional del festival sin estridencias.

Un recibimiento sin estridencias

El público general apenas percibió su presencia: no hubo ovaciones estruendosas, ni gestos de identificación política en la platea. Sólo se escucharon aplausos tímidos y algo de movimiento institucional en el palco. La ceremonia mantuvo el ritmo habitual del festival: claveles, jineteadas, figuras del folclore y un clima festivo alejado del ruido político.

Sólo la voz del presidente de la Comisión Directiva, Juan López, reconoció formalmente su paso: “Gracias por estar presente”, fue su breve saludo protocolar. El resto fue una tarde de gauchos, folklore y tradición, sin mayores observaciones políticas.

“Acá soy cordobesa”: un mensaje de pertenencia

En sus pocas palabras públicas, la vice se mostró cerca del pueblo. “Me reciben con amor, acá soy cordobesa”, enfatizó junto a una sonrisa franca. Esa frase, repetida varias veces durante su recorrido por el predio, reforzó su vínculo simbólico con Córdoba, más allá de su lugar institucional.

“No me siento extraña; estoy cumpliendo la promesa del año pasado: volví”, agregó, evocando su participación en la edición anterior.

Sin contacto político, con foco festivo

A diferencia del año anterior, en esta edición Villarruel evitó cualquier contacto con la dirigencia local o declaraciones sobre la agenda nacional. Ni el gobernador Martín Llaryora ni funcionarios cordobeses fueron parte de su recorrida oficial. El vínculo institucional se limitó al palco oficial, sin ningún tipo de intercambio político público.

La razón, según informaron desde su entorno, fue sancionar su perfil bajo frente a la creciente tensión con el presidente López y un contexto de interna visible en el oficialismo.

Una imagen controlada en medio del conflicto interno

El regreso al festival se posicionó como un acto medido: Villarruel no estuvo en vistas políticas, pero buscó mostrar cercanía simbólica con Córdoba. “La interna no la borró el folclore”, señalaron algunos analistas del ambiente local, explicando que la estrategia de presencia sin protagonismo refleja una apuesta a mantener su capital simbólico sin entrar en confrontaciones públicas con Milei, a quien en privado recrimina la falta de diálogo.

Tradición, folklore y calma frente a la tormenta política

El Festival de Jesús María es una fiesta monumental: artistas como Luciano Pereyra, el Chaqueño Palavecino, Abel Pintos o Los Nocheros, junto con jinetes nacionales e internacionales, le dan forma a un evento declaradamente Marca País. Es uno de los encuentros folclóricos más relevantes de Sudamérica.

Allí, Villarruel fue parte del folclore, no del debate político. Dejando atrás el traje de funcionaria, se mezcló con el espíritu gaucho que caracteriza a la provincia. Sus gestos, más que sus palabras, transmitieron una sensación que atravesó cuestiones partidarias: pertenencia, tradición y calma.

Cierra el telón de una presencia discreta

Su visita duró lo justo: una sola noche, un recorrido breve y sin anuncios. El mensaje fue claro: evitar confrontaciones mientras se mantiene el vínculo simbólico con un electorado sensible. No garantizó unidad, pero conservó un espacio propio en un Córdoba que la reconoce, aunque no con los vítores de antes.

La interna sigue latente y lejos de resolverse. Pero por ahora, en Jesús María, la vicepresidenta Villarruel optó por la calma: una forma silenciosa de resistir las tormentas políticas desde el terruño que la acoge, aunque sin dejar de lado el riesgo político que la sombra de Milei sigue imponiendo.

enero 12, 2025